lunes, 13 de diciembre de 2010

UN PESTAÑEO


Tres de la tarde, espero angustiosamente la hora, la miro en todos lados y no logro quitar la ansiedad de encima. No suena mi teléfono, no golpean a mi puerta, me decido a salir.
Camino tres cuadras, quiero no pensar, quiero no arrepentirme, quiero no ser yo y no tener que pisar mis zapatillas roñosas, quiero no cruzar ese semáforo y seguir adelante con esto.
Pasan las cuadras, el afán, la ansiedad, la gente y la desidia, llego al punto indicado, me siento y espero. Me como las uñas (o lo que quedan de ellas), me fumo unos cigarros, me duele la güata, y no pasa la hora.
Ha los diez minutos mucho para mi), aparecen modelantes las piernas entre la gente, te diviso de inmediato y tu olor me abofetea ligeramente antes de que si quiera te acerques a mi, te observo, trato de controlar mi mente, tu sombra gris desnuda pasa nuevamente por mi mente y no logro sacarme la línea de tu escote que llega hasta la eternidad.
Te plantas frente a mí y me saludas fríamente, el beso humedeció cualquier pensamiento y duda acerca de lo que podría pasar.
La tomo fuertemente la mano, la presione contra mi para que sintiera mi sexo duro, la bese, la toque, la recorrí y sentí como su respiración se alteraba paulatinamente., en cinco minutos ya caminábamos rumbo a el motel, a nuestro motel. Pague lo de siempre, y pedimos lo de siempre. Hasta ahí podría parecer algo monótono pero no.
Me tomo por mi polera y la oloroso, me exclamo “eres mío”, me lanzo sobre la cama, tomo un poco de cerveza y se fue a la ventana, -te gusta verme- me dijo, no sabia a que decir: eeeh…mmm…..si, sip,… sipo tu sabi que si!! Dile aweonadamente a su tentación. Se saco las calzas, sus pantaletas moradas calzaban justo en su trasero, formaban total armonía con su línea, se tocaba, le gustaba, lo podía ver en su cara. Metía su dedo en la boca y lo mojaba, bajaba con el entre su monte y las pantaletas, solo dos dedos, tentándome aun mas. Se desprendió de su polera en unos segundos, sus pezones duros, querían explotar aquel sostén. Yo ha esas alturas ya en llamas quería correr hacia ella pero no quería parar el juego. Se giro y con sus manos se desabrocho sus sostenes con tal delicadeza que me ponía cada vez más duro. Froto sus pechos sobre el ventanal que daba hacia la calle, sin importarle quien pasara, algún observador pecaminoso (como nosotros), ni menos el que dirán, ella es así, desinhibida, por eso la amo, por ser única e intactamente mía. Su cabellera envolvía cada vez mas la situación, en eso, me llama , me pongo tras ella, quito sus pechos del vidrio y los tomo fuerte con mis manos, los acaricio, los recorro (como otras veces), su cola se mueve, mi pene lo siente, y logra hacerme olvidar todo pensamiento entupido, se gira, me besa, mete su mano en mi pantalón, me toca, me besa, saca su mano y simplemente me besa, desabrocha mi cinturón, me besa y baja mis pantalones, ella con ellos se desliza hacia abajo, mi cara de espanto es verme frente a la ventana, con cara de calentura (hay q aceptarlo), su lengua se movía, yo sollozaba, respiraba alteradamente, sus manos tocaban, su boca besaba, su lengua hurgueteada, sus dientes mordían y yo en un universo paralelo. Después de 5 minutos subió nuevamente y pude ver su rostro nuevamente, me sonrío coquetamente, como sabiendo que me gustaba eso, me dejo murmuro algo al oído, no logre entender bien lo que decía, comenzó a besar mi cuello, comencé a entender su juego, quería plasmar su calor en mi cuerpo a como de lugar, puse mis manos en sus cintura y baje su pantaleta, vi como su lado oscuro quedaba con la luz de la habitación, baje mis dedos hasta ellos y empecé a frotar su vulva, mis dedos chorreaban de placer, la hermosura y finesa de mi mujer se veía hasta ahí, la eternidad me esperaba y era solo para mi. No dejaba de mirarla a los ojos, ella me esquivaba bajando la mirada, jugando, coqueteando, a esas alturas que se yo.
La plante en la cama, me abalance sobre ella, y comencé a besar sus pechos, la dureza se palpaba en cada instante, nos amalgamamos, logramos producir fuego interno en la utopia de esa habitación, el derredor gozaba junto a nosotros y mis dudas habían quedado en el parque, ahora era solo ella y yo, amándonos, haciéndonos el amor, sin siquiera presentarnos, sin siquiera sabiendo si volvería otra vez a tenerla, ya que como muchas otras veces la felicidad dura lo que dura un pestañeo.

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